Su frío pelo caía ondulado al vacío, como las ramas de un sauce que llora por acariciar el suelo. Su piel se esclarecía limpiamente en la luz tenue de una habitación medio a oscuras. Su pecho anidaba cien suspiros que aleteaban como mil colibríes alzando el vuelo.
Su pecho, su piel y su pelo miraban atentos, mientras sus carnosos labios rompían el silencio, enlazando mi nombre, con sus miedos y un tembloroso amor de inverno.
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