En este compartimento tenia una pizca especial, habían ancianos de pelo y barba blanca; con sombreros bajos y redondos; con capas y americanas ruines y viejas. Entre las burbujas de humo, provenientes de las pipas de dichos ancianos, vi una niña de pelo castaño, cejas finas y ojos de color miel. Vestía una blusa azulada, digna de la misma musa admirada, y con una falda blanca floreada.
Sus sentidos estaban atentos a una libreta, y su mano sujetaba una mística pluma canela. Esta escupía tinta negra encima de un bloc de lomo amarillento, cubierta celeste y un cordel anaranjado. Su mano bailaba al son del traqueteo del vagón, y media cara quedaba iluminada por los rayos matinales soleados.
Su rostro se quedaba atisbando el horizonte, en busca del verso perfecto. Su faz reflejaba la felicidad hallada en el papel.
Entonces me levante para bajar de tren, los sabios ancianos se me quedaron mirando, pero yo solo atendía la mirada a la muchacha de falda floreada. Ella me miró y se estableció como un hilo ocular, que me llenó más que si hubiésemos hecho un cruce de palabras.Pisé suelo estable, me giré y su figura desapareció, con la estela del humo y el olor a carbón quemado.
gbc
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