jueves, 10 de octubre de 2013

Máscaras (Prosa)



Los rayos de luz entran con fuerza por las delgadas rendijas de la persiana, apuñalando mi rostro tranquilo y somnoliento. Mis ojos niegan la realidad pero mi consciencia hace que ya no puedan cerrarse tranquilos.

Pongo un sólo pie en el suelo, noto el frescor en mi piel y en un acto reflejo encojo mi pierna por unos segundos. Lentamente me incorporo y con las manos me friego la cara y los ojos. Me pongo de pie y camino torpemente hacía la ventana. La abro y el frescor besa mi cara suavemente –que sensación tan placentera-.

La ciudad está tranquila y solo hay unas pocas nubes en el cielo celeste. Me asomo tímidamente y miro hacia abajo. Veo la gente pasar por las aceras; multitud de personas juntas, separadas, en pareja o en familia. Es domingo, son las doce menos diez de la mañana y hace un día radiante de primavera. Vuelvo a mirar hacia la calle y veo otra vez más gente que pasa. Sin querer, me voy fijando en las prendas de vestir de todas esas personas anónimas y la mayoría van bien vestidas y muy elegantes.

¡Qué extraño! Muy poca gente va en chándal y deportivas un Domingo. Bueno sí, el banquero que justamente ahora sale del quiosco de la esquina. Él es normal que vaya así vestido, puesto que se pasa toda la semana enfundado en un traje gris y una corbata color crema. Pero, ¿el resto de personas? ¡Van todas iguales! Polos de marca, zapatos de piel, faldas alocadas por el viento, jerséis atados al cuello y pantalones de pinza.

Creo que deben tener dos mudas caras en el armario y solo las usan los Domingos para salir a pasear. Es como si tuviesen la necesidad de mostrarles al resto de personas lo bien que les va o la riqueza que acumulan en sus cuentas bancarias. Y, a lo mejor, se pasan tres días seguidos comiendo garbanzos hervidos porque les cuesta llegar a fin de mes. Ya lo decían, vivimos en un constante baile de máscaras, aunque es gracioso ver lo que hace la gente para los demás.

            Decidido, me doy la vuelta y camino hacia mi armario de pared. Empiezo a rebuscar para encontrar algo para ponerme. Con unas deportivas y un camiseta cualquiera ya tengo bastante, pero no encuentro nada que me guste. Busco de izquierda a derecha y miro de arriba abajo pero nada me complace. Decido mirar en el fondo y de casualidad encuentro aquel polo amarillo que me compré el año pasado y que apenas lo he usado. También sin querer, y como si él hubiese venido a mí,  topo con aquellos pantalones de pinza negros que me regaló mi madre hace un par de meses.

De esta manera, y como no tengo nada para desayunar, creo que bajaré a la cafetería de la esquina, luego compraré el diario en el quiosco y para terminar de hacer la mañana pasearé por la ciudad a ver quién me encuentro. Sí, eso haré.
gbc
Dibujo de EphygeniA, Victorian Dress

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