Los rayos de luz entran con fuerza por las delgadas rendijas
de la persiana, apuñalando mi rostro tranquilo y somnoliento. Mis ojos niegan
la realidad pero mi consciencia hace que ya no puedan cerrarse tranquilos.
Pongo un sólo pie en el suelo, noto el frescor en mi piel y en un acto
reflejo encojo mi pierna por unos segundos. Lentamente me incorporo y con las
manos me friego la cara y los ojos. Me pongo de pie y camino torpemente hacía
la ventana. La abro y el frescor besa mi cara suavemente –que sensación tan
placentera-.
La ciudad está tranquila y solo hay unas pocas nubes en el cielo celeste. Me
asomo tímidamente y miro hacia abajo. Veo la gente pasar por las aceras;
multitud de personas juntas, separadas, en pareja o en familia. Es domingo, son
las doce menos diez de la mañana y hace un día radiante de primavera. Vuelvo a
mirar hacia la calle y veo otra vez más gente que pasa. Sin querer, me voy
fijando en las prendas de vestir de todas esas personas anónimas y la mayoría
van bien vestidas y muy elegantes.
¡Qué extraño! Muy poca gente va en chándal y deportivas un Domingo. Bueno
sí, el banquero que justamente ahora sale del quiosco de la esquina. Él es
normal que vaya así vestido, puesto que se pasa toda la semana enfundado en un traje
gris y una corbata color crema. Pero, ¿el resto de personas? ¡Van todas
iguales! Polos de marca, zapatos de piel, faldas alocadas por el viento,
jerséis atados al cuello y pantalones de pinza.
Creo que deben tener dos mudas caras en el armario y solo las usan los Domingos
para salir a pasear. Es como si tuviesen la necesidad de mostrarles al resto de
personas lo bien que les va o la riqueza que acumulan en sus cuentas bancarias.
Y, a lo mejor, se pasan tres días seguidos comiendo garbanzos hervidos porque
les cuesta llegar a fin de mes. Ya lo decían, vivimos en un constante baile de
máscaras, aunque es gracioso ver lo que hace la gente para los demás.
Decidido, me doy la vuelta
y camino hacia mi armario de pared. Empiezo a rebuscar para encontrar algo para
ponerme. Con unas deportivas y un camiseta cualquiera ya tengo bastante, pero no
encuentro nada que me guste. Busco de izquierda a derecha y miro de arriba
abajo pero nada me complace. Decido mirar en el fondo y de casualidad encuentro
aquel polo amarillo que me compré el año pasado y que apenas lo he usado.
También sin querer, y como si él hubiese venido a mí, topo con aquellos pantalones de pinza negros
que me regaló mi madre hace un par de meses.
De esta
manera, y como no tengo nada para desayunar, creo que bajaré a la cafetería de
la esquina, luego compraré el diario en el quiosco y para terminar de hacer la
mañana pasearé por la ciudad a ver quién me encuentro. Sí, eso haré.
gbc
Dibujo de EphygeniA, Victorian Dress
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